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jueves, 27 de junio de 2013

Niños: Las palabrotas les fascinan

A partir de los cinco años, los niños sorprenden a sus padres soltando tacos sin mesura. Para ellos es un juego más, una forma de expresarse. ¿Qué deben hacer los padres para terminar con esta costumbre tan malsonante?

A estas edades los pequeños experimentan un desarrollo de su imaginación muy fuerte, cuentan con un amplio vocabulario y exploran su entorno social prestando muchísima atención a lo que hacen los demás, imitando todo lo que pueden. La mezcla de estas tres habilidades da como resultado, entre otras cosas, el descubrimiento del poder del lenguaje y, concretamente, del poder que tienen algunas palabras o palabrotas que, soltadas en el momento preciso pueden ser un auténtico golpe de efecto.

Por supuesto, ellos saben lo que está bien y lo que está mal. El problema es que acaban de descubrir que ser un poquito malos puede ser de lo más divertido.

¿Por qué les gusta decir tacos?

Los niños comienzan a decir palabrotas porque alguien a quien admiran las dice. Puede ser desde un dibujo de la tele hasta un amiguito del parque.

El hecho de que luego las repitan en casa o delante de otros adultos puede ser una manera de llamar la atención paterna porque, normalmente, tras la palabrota, los padres llevan a cabo un interrogatorio exhaustivo para ver de dónde ha sacado el crío esas cosas («¿Quién te ha enseñado eso?», «¿Con quién has jugado hoy?», «¿Qué has visto en la tele?»).

Otras veces, al niño lo que le apetece es seguir el juego porque le divierte ver cómo su madre se pone de todos los colores cada vez que él abre la boca.

Entre ellos es como un juego más, algo así como «a ver quién la dice más gorda», se parten de la risa e incluso se inventan palabros la mar de grotescos que ni ellos mismos saben qué significan, solo para divertirse.

Saben que están en el límite de lo prohibido, lo que les excita y divierte más todavía.

Las palabras malsonantes le hacen a uno más interesante. Y a los críos les encanta sentirse mayores, quieren demostrarnos que están a nuestro nivel.

En el fondo de las palabrotas también encontramos una forma de expresión emocional, ya que los pequeños todavía carecen de recursos para manifestar, por ejemplo, emociones como la rabia o la frustración.

Una palabrota reúne las condiciones necesarias para ser un buen vehículo de todos estos sentimientos negativos que el niño no sabe bien cómo expresar de otra manera: para él es mucho más fácil y sencillo decir «joder» que decir: «Me siento fatal porque hoy has jugado poco conmigo».

¿Qué actitud deben tomar los padres?

No hay que dramatizar. Todos (o casi todos) los niños pasan por la etapa de los «tacos» antes o después, es parte de su aprendizaje (social y verbal) y no conseguiremos nada si ponemos el grito en el cielo o amenazamos con castigos.

Evitar el enfrentamiento directo («¡Que te he dicho mil veces que no digas eso!») o la escalada de palabrotas. Sólo empeorarán la situación.

No hay que reírse de la ocurrencia de la criatura.

Si le ignoramos cuando dice tacos, lo más probable es que, en unos días, pierda el interés por ellos.
Conviene explicarle lo que significan sus palabras y tratar de que entienda que con ellas puede herir los sentimientos de los demás.

Ofrecerle alternativas para que pueda manifestar su enfado. Palabras menos fuertes como «mecachis» o «jopé» no son malsonantes y sí puede usarlas en nuestra presencia.

Predicar con el ejemplo. El niño repite todo lo que oye: en la tele, en el colegio y, sobre todo, en casa. Si nosotros usamos palabrotas, ¿por qué no va a poder hacerlo él? No va a entender que los adultos se desahoguen con ellas mientras que para él están prohibidas.

Trucos para evitar las palabras malsonantes

El juego de las transformaciones. Consiste en transformar sus palabrotas, cada vez que las diga, en todo lo contrario. Por ejemplo, si suelta un «cara culo», podemos responderle rápidamente con un «¡cara flores!». Añadirle un matiz de humor al asunto ayudará a relajarnos y el niño acabará comprendiendo que no merece la pena hablar mal.

Ayudarle a expresarse. Cuando el niño emplee una palabrota, en vez de regañarle podemos ofrecerle una palabra alternativa que sí pueda utilizar para expresar su malestar. Por ejemplo: «Lo que querías decir es que esta comida te parece una porquería, ¿no?».

Recompensas. Si le cuesta abandonar ese lenguaje, podemos motivarle poniendo una estrella en un corcho o una pizarrita cada día que pase sin decir palabrotas. Cuando haya cinco o seis estrellas (las que hayamos pactado), habrá una recompensa que, por supuesto, le tiene que hacer mucha ilusión.

Ofrecerle lecturas. Es un buen momento para ofrecerle libros entretenidos, adecuados a su edad y con chispa (con personajes ingeniosos que utilicen exclamaciones divertidas). De esta forma, el niño ampliará su vocabulario y puede que su atención se desvíe hacia otro tipo de lenguaje.