A esta edad, nuestro hijo no quiere vivir en un mundo creado especialmente para él, más bien todo lo contrario: prefiere ser uno más. ¡Ya tiene dos años y puede hacer cosas él solito!
Y hay que escuchar ese deseo. Para entenderles, debemos intentar ponernos en su lugar. Imaginemos que una fría tarde de invierno, mientras trabajamos frente a nuestro ordenador, nos cogen por las axilas sin previo aviso y nos trasladan en volandas hasta una mesa, donde nos sientan delante de un plato de comida que no hemos pedido.
Además, pretenden que nos lo comamos ya, rapidito, y para ello nos meten la comida en la boca y nos restriegan la cuchara por la barbilla para que apuremos lo que se nos ha caído del susto. ¿Qué sentiríamos? Algo similar a lo que sienten nuestros pequeños cuando los sacamos de su tarea para imponerles otra, por ejemplo.
Hacerle partícipe de las cosas evita las rabietas
Los no y berrinches tan característicos de esta edad son en parte una llamada de atención: se sienten listos para formar parte de nuestra sociedad.
Es importante hacerles partícipes de lo que les concierne. Una explicación a tiempo puede mitigar una rabieta. Y nuestra relación mejorará cuando dejemos de pensar que sus reacciones no tienen sentido o que se originan en una parte del cerebro que rige el especial comportamiento de los niños. Estamos ante una persona con la que compartimos emociones y necesidades.
También es importante que empiecen a formar parte de nuestro mundo de adultos. No tenemos que rompernos la cabeza buscando actividades seguras y entretenidas para ellos, porque resulta que la realidad está plagada de ellas. Es bastante probable que disfrute más ayudándonos a cambiar la rueda pinchada del coche que en el parque de atracciones.
Compartir la vida y los sentimientos
Los niños anhelan dosis de realidad. Dosis y dosis de tender la ropa con mamá, bajar con papá a comprar, abrir el buzón y escuchar una exclamación de alegría o tristeza... Cualquiera de estas experiencias les vale más que la mejor película educativa.
En realidad, no tenemos que hacer nada especial para que participen de nuestra vida. Solo dejar las puertas abiertas para que entren y salgan cómodamente de nuestro mundo adulto, hasta que decidan quedarse definitivamente.
Cuando hablamos de compartir con ellos o hacerles partícipes, normalmente pensamos en pequeños quehaceres que despiertan su interés. Pocas veces se nos ocurre compartir también nuestros sentimientos.
Diez cosas que no soportan
1. Que le metamos la cuchara en la boca antes de pedirlo, ignorando por completo si tiene o no aún la boca llena (suele tenerla). Tampoco soporta que llenemos tanto las cucharas, ni que le pongamos babero y le limpiemos tras cada cucharada que rebosa (por nuestra impaciencia e incapacidad para encontrar la medida justa, pensará).
2. Que lo cojamos por el brazo y lo arrastremos cuando pasea por el parque parándose ante cada fascinante piedra, hoja, pequeño objeto vivo o inerte que puebla el suelo. Tampoco entiende la sentencia: «Tenemos prisa».
3. Que lo metamos en la bañera bajo la incomprensible máxima de «es la hora». Resulta que aún no es esclavo del reloj, así que no entiende la frase. El único reloj al que responde sin titubear es al biológico; todo lo demás, pura arbitrariedad.
4. Que lo saquemos de la bañera cuando se nos antoje, no antes (cuando lo pidió), ni después, por más prórroga que solicite, ahora que se lo está pasando en grande haciendo como que nada.
5. Que apaguemos la tele por las buenas, le llevemos al cuarto, le desnudemos, le pongamos el pañal, el pijama... Todo eso sin explicación alguna.
6. Que no le entendamos, por más que señale y exprese con meridiana claridad lo que quiere. Le resulta frustrante que le miremos sin enterarnos y encima pasemos rápidamente a otra cosa, sin detenernos a descifrar el mensaje completo.
7. Que, con lo que ahora le apetece andar y correr, le obliguemos a ir de un lado a otro sentado en un carrito. Que encima le atemos a él y no pueda decidir cuándo bajarse. Que, para rematar, cuando está cansado y quiere ir en el carrito, nos empeñemos en que ya tiene edad de ir andando. Así somos.
8. Que lo pongamos boca arriba y cambiemos el pañal (después de haberle tocado, olisqueado, etc). Aunque esta práctica, también es cierto, en muchas circunstancias (cuando a ellos les apetece), les sigue gustando.
9. Que cuando por fin le llevamos al parque, nos pasemos el rato hablando por el móvil en lugar de disfrutar de la emocionante tarde con él.
10. Que ante sus justificadas quejas, generadas por nuestro extraño comportamiento, respondamos con un enfado e impongamos definitivamente la ley del más fuerte. ¿No será mejor reconocer que estábamos equivocados?
-
viernes, 27 de marzo de 2009
Ya tiene dos años, ¿por qué le tratamos como a un bebé?
Etiquetas: NIÑOS