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domingo, 3 de febrero de 2008

¿Existe la madre perfecta?


«Te recuerdo, madre, cuando mi única luz era tu sombra» dice Ingmar Bergman. En esta frase se condensa toda la relación madre-hijo. ¿Acaso no vemos cómo se ilumina el bebé cuando la sombra de mamá lo cubre al cogerlo en brazos? Así es: una madre es luz hasta en su sombra, aunque no sea perfecta.

¿Qué esperan nuestros hijos?

La prefección para un niño varía en función de su edad, sus gustos, el momento del día... Cambia tanto que es inalcanzable. Además, tienen tres imágenes diferentes y buscan la perfección sólo en una de ellas, la imaginaria.

• La madre imaginaria: reúne todas las fantasías, ilusiones, ideas y sentimientos del niño hacia su madre.
• La madre simbólica: es la mamá, con su alternancia de presencia y ausencia, la que permite que el niño comience a diferenciar entre él y lo que lo rodea y a constituirse psíquicamente.
• La madre real: está formada por todo lo que la madre es fuera del pensamiento y del mundo de su hijo, lo que es mamá como mujer, como persona.
Las quejas que recibimos se deben a que no nos ajustamos a las expectativas imaginarias de nuestros hijos, no actuamos según su ilusión (a veces porque consideramos que lo bueno para ellos no es lo que desean en esos momentos, y otras, por pereza).

Pero nuestra función en la vida de nuestros hijos va mucho más allá de complacerles en todo (además de que no podemos ser sólo la mamá imaginaria: la real y la simbólica también somos nosotras).

¿Qué podemos darles?


La madre construye un vínculo de unión con el niño que irá cambiando de forma a lo largo de la vida, aceptando al padre entre ambos. Él tiene la función de que no sea la madre «la única luz» para el hijo. Así, a medida que crece amado por sus padres, el bebé va encontrando otras luces (otros amores) que le permitirán una vida independiente de sus padres. Ese es el verdadero trabajo de una mamá: darle al hijo el amor suficiente para que sea una persona plena, capaz de ser feliz y de amar a otros (algún día a sus propios hijos).

Y, mientras hacemos eso por nuestros retoños, ¡ellos se quejan! En fin, no nos preocupemos demasiado. Lo realmente malo para ellos sería que les dejáramos creer que somos perfectas. Una madre o un padre ideales cierran todos los caminos del hijo. Teniendo la perfección en casa, ¿qué vamos a ir a buscar fuera?


Lo mejor que hacemos por nuestros hijos es animarles a ir más allá de nosotros, de nuestros logros y, para eso, tenemos que permitirles ver también nuestras carencias


Que el hijo sepa de nuestros defectos es una de nuestras virtudes. Es una forma de decirle: «Tú puedes ir más lejos que tus padres». Es hablarle de nuestros deseos por él: «Porque no soy perfecta ni lo pretendo, te enseño que la vida está llena de imperfecciones y aun así es preciosa. Como precioso es mi amor por ti, que eres lo más importante en el mundo». Para ser una buena madre solo se necesita mucho amor y un poco de respeto.

Con el padre

Lo realmente importante es reconocer en ese hombre al padre que elegimos para nuestros hijos. Si estamos enamoradas, ese reconocimiento viene solo y, si ya no lo estamos, también se lo debemos. Aunque a veces lo pongan difícil, respetar y apreciar al papá del hijo es imprescindible en nuestra función de madres. Aunque nos cueste reconocerlo, la mayoría de los padres no cambiarían a la madre de sus hijos. Son perfectas, aun con sus fallos.

Con los hijos

Los niños son muy severos. Para ellos, la mamá perfecta es la de otro. Pero la perfección varía tanto de unos a otros que casi podríamos decir que no existe. Por eso, hay que amarlos de tal forma que su bienestar sea prioritario en nuestras vidas.
Y, cuando se quejen (que lo harán), siempre podemos recordar al poeta Juan Gelman: «Seguro que yo no soy el padre que a mi hija le hubiera gustado tener y, tal vez, ella no sea la hija que yo quisiera pero, cuando los cuatro nos sentamos a ver la tele, lo pasamos muy bien.» De eso se trata, de reconocer nuestros fallos y querernos igualmente.