Con dos años, los niños ya no son bebés y cogerles en brazos durante demasiado tiempo puede destrozarnos la espalda y acabar con nuestra propia energía. Sin embargo, a veces, ellos quieren estar todo el tiempo en brazos.
Tienen mucha vitalidad, no paran quietos y cansan hasta a un batallón, pero, de repente, la energía les abandona con una rapidez asombrosa. Y, entonces, alzan los brazos y gritan: "Mamá".
El contacto físico y los mimos dan a los niños esa seguridad imprescindible para poder ser cada vez más independientes y explorar el mundo solitos. Por eso, no podemos cargar con ellos todo el día. Sin embargo, no siempre piden brazos por el mismo motivo: cada caso es distinto.
Necesitan autonomía y amor
El segundo año de vida viene marcado por el desarrollo motor e intelectual del niño. Aprender a andar les permite decidir cuándo alejarse y cuándo acercarse. Pero, esta autonomía no implica que no necesiten nuestra atención. Aunque tienen que explorar, escalar y tirarse por los suelos, también necesitan brazos y cariño. Les dan sensación de seguridad. Y esa seguridad es imprescindible paa que puedan seguir explorando y aprendiendo a ser cada vez más independientes.
Aunque a veces no exijan brazos por necesidad, siempre que los piden los desean. La cuestión es ceder justo lo necesario, saber si el niño requiere brazos demasiado a menudo y si es capaz de soportar un no por respuesta. Es importante abrazarle y achucharle, pero también lo es permitirle experimentar el malestar, para que aprenda a tolerarlo. Tenemos que ayudarle a que soporte las esperas y aprenda a demorar la consecución de sus deseos, aunque sea unos minutos.
A esta edad, su nivel de comprensión del lenguaje es bastante avanzado, y ya puede entender que nosotros también estamos cansados. Pero que lo entienda no es razón suficiente para que deje de pedirnos brazos. Su autocontrol es escaso y no puede soportar su malestar, a pesar del nuestro. Pero, no está de más explicárselo, porque algunas veces... ¡funciona!
¿Cuándo pide los brazos?
1. El cansancio le vence. Da igual dónde nos encontremos, en la cola del súper o buscando un taxi; si se siente cansado, pedirá y pataleará por ir un ratito en brazos de papá o mamá.
2. Se siente mal. Puede tener las manos frías, una chinita en el zapato o un grano que le pica. Y cree que la forma de que se le pasen todos los males son unos brazos amorosos. Y la verdad es que un poco de atención y consuelo hacen milagros.
3. Necesidad de mimos. Quiere saber que el hombro de mamá y papá está allí para cuando las cosas no salen como él pensaba. El cariño es el mejor remedio para superar la tristeza y reponer fuerzas. Después de un rato, volverá a a su aire y corretear por todos lados.
4. Aburrimiento. De repente, un niño que suele caminar bien y que nos ha demostrado que aguanta mucho tiempo, se hace el remolón. ¿Qué pasa? ¿Es que se ha vuelto vago? No, puede, simplemente, que esté aburrido.
5. Bonitos recuerdos. Querer estar en brazos también es un recuerdo de los viejos tiempos. Quizá los niños de dos años también deseen volver a ser bebés, como cuando les llevaban en brazos y les paseaban en su cochecito como si fueran reyes. Y es que lo siguen siendo.
6. Curiosidad insaciable. "¿Cuándo se agotará la paciencia de papá o mamá? ¿Me cogen ya a la tercera vez de pedírselo o tengo que insistir cinco veces?". A veces se pone tan pesado solo para averiguar cuáles son sus límites y los de sus padres.
¿Cómo actuar?
- Hacer pequeñas pausas. A la vuelta de un largo paseo, sobre todo si ha estado jugando, conviene ir haciendo paraditas o, por lo menos, un pequeño alto en el camino. Basta con descansar cinco minutos.
- Un alto para achuchones. Puede que no estén cansados y simplemente necesiten mimos. Podemos cargarles las pilas a base de carantoñas, abrazos y besitos.
- Voz y voto. Si tenemos previsto hacer un recorrido más largo y el niño insiste en que le cojamos en brazos, podemos dejar que opine: "¿Qué hacemos primero, pasar por casa de la abuela o comprar el pan?".
- Más tiempo. Cuanta más prisa se le mete, más remolón se hace. Y es que, es lógico que con sus piernas, mucho más cortas que las nuestras, le cueste seguirnos. La solución es fácil: dedicar más tiempo a ir de aquí allá. Si tenemos prisa o prevemos la demora con antelación o a aguantarse toca.
- Distraerle y divertirle. Da buen resultado, por lo menos durante un rato. "Oye, ¿las ardillas, cuantas patitas tienen, dos o cuatro?" o "Cariño, ¿qué quieres cenar esta noche?". También podemos echar carreras o cantar canciones siguiendo el ritmo de la marcha.
- Hablar y negociar. Si se empeña en que le cojamos y los juegos no han servido para que se olvide de los brazos, podemos tomar otras medidas:
- Ofrecerle un premio (no tiene por qué ser material) si hace el esfuerzo de caminar hasta el lugar donde vamos.
- Pactar el ratito que va a andar y el ratito que le vamos a coger. Poco a poco y con mucha paciencia podemos aumentar el recorrido que hace a pie.