-
-
-

sábado, 19 de enero de 2013

Niños: La edad de los porqués

Si tu hijo te sorprende con cuatrocientas preguntas diarias del tipo "por qué moja el agua", no hay duda de que ha entrado en la etapa de las preguntas. Quiere saberlo todo y no admite un no por respuesta. Descubre cómo contestar a tanto "por qué" sin perder la paciencia.

Los niños son exploradores incansables. Al principio, cuando apenas manejan el lenguaje, esa exploración se centra en una incesante manipulación de objetos y en una investigación exhaustiva del entorno. Y, de pronto, florece el lenguaje, esa poderosa herramienta, y con ella vienen las preguntas, que les sirven para seguir conociendo el mundo.

Se dirigen a los padres porque los niños no asimilan la realidad de un modo directo, necesitan intermediarios, unos guías. Y de la calidad y disponibilidad de esos guías dependerá en gran medida el modo en que el niño se relacione con el mundo durante toda su vida.

Una fase normal

Lo que pasa es que a esta edad la avalancha de preguntas es tal que puede poner a prueba nuestra paciencia. Por eso, siempre es bueno recordar que se trata de una fase normal y tener presente nuestra responsabilidad como padres.

Las preguntas de los niños pueden ser disparatadas, absurdas, innumerables, agobiantes... pero eso no nos autoriza a menospreciarlas, ignorarlas o ridiculizarlas. Se ha demostrado que los adultos más espontáneos y creativos son aquellos cuyas familias, de pequeños, fomentaban una expresión abierta y sin trabas y aceptaba las manifestaciones de los niños.

Como el lenguaje es para ellos una adquisición reciente, quieren ejercitar su habilidad para preguntar y responder, con la entonación y la forma gramatical correspondiente. Esto por sí mismo les divierte, y por eso a veces ni siquiera esperan ni parecen atender a la respuesta y se limitan a encadenar preguntas.

Tampoco debe extrañarnos que haga la misma pregunta varias veces. A los niños les gusta la repetición, que sus certezas se confirmen una y otra vez. También les gusta lo predecible, reafirmar que a tal pregunta le corresponde siempre tal respuesta. No hay que extrañarse ni enfadarse.

Una llamada de atención

A veces las preguntas también son un recurso para buscar nuestra atención. Los niños disfrutan del placer de que les dediquemos tiempo y hablemos con ellos. Entonces, el interés está más en el hecho de hacernos hablar que en el contenido de nuestras respuestas. Por eso se dan «diálogos para besugos» del tipo: «¿Por qué ladra el perrito?», «Porque está feliz», «¿Y por qué está feliz?».

En estos casos, en lugar de llamar al niño pesado o mandarle callar, podemos intentar convertir el interrogatorio en una conversación. Por ejemplo, contraataquemos con: «¿Tú te pones feliz cuando te sacan a pasear?», «¿Por qué te pones contento?», «¿Te acuerdas del perrito que vimos ayer?». Él en cuanto pueda volverá con sus preguntas, pero habremos pasado de un interrogatorio a un intercambio más equitativo.

Cambiar los roles

Por ejemplo, si nos cansamos de responder a la pregunta: «¿Por qué echas crema a los zapatos?» con el consabido: «Para que brillen», podemos variar y contestarle con una respuesta absurda: «Para que puedan volar». Un niño de tres o cuatro años edad es crédulo, pero no tanto. Si nos contesta: «Pero los zapatos no pueden volar», podemos decirle «¿Para que sirven los zapatos?». «¿Hay más cosas que sirven para caminar?». Así romperemos el círculo vicioso.

Echarle ingenio no significa ridiculizar a nuestro hijo ni reírnos de él. Nos hace preguntas porque confía en nosotros. Nuestro sarcasmo, nuestras evasivas o nuestro silencio le defraudarán y le desanimarán a seguir preguntando. Y con ello lo único que lograremos es limitar su espontaneidad y su impulso de comunicarse.

Fomentar la comunicación

El hecho de que las preguntas sean ignoradas, ridiculizadas o castigadas («cállate ya, no seas pesado»), puede llevarle a la timidez. También puede causar problemas de adaptación o fracaso escolar.

No hay que obsesionarse con encontrar la respuesta precisa, ni tampoco complicadas explicaciones científicas. Respondamos con naturalidad y sentido común. El niño no siempre entenderá, pero eso no es tan grave. Lo importante es que sepa que las preguntas tienen respuesta, que él puede buscarla y que nosotros le apoyamos.

Siempre que podamos, aprovecharemos sus preguntas para introducir nuevas palabras y conceptos. Si el niño nos pregunta «por qué funcionan los coches», todavía no podremos introducirle en los secretos de la mecánica, pero es una buena ocasión para iniciarle en nociones como «rueda», «conductor», «velocidad» o «gasolina», con lo que se favorece su capacidad de observación y se enriquece su vocabulario.

Puede que, tras esforzarnos en encontrar una respuesta, el niño apenas la escuche y se distraiga o pase a otra pregunta. No nos enfademos ni nos desanimemos. No importa tanto el contenido como el mecanismo de la comunicación en sí.

Claro que no siempre podemos estar disponibles para el juego de las preguntas, y a veces tenemos derecho a estar agotados. Entonces es lícito decir: «Espera a que acabe con esto y después te contesto a todas las preguntas», y también: «Bueno, unas preguntas más y lo dejamos para mañana». Lo importante es dejar abierta la línea de comunicación y no transmitirle que sus preguntas nos desagradan.