La llegada de un hijo siempre es una alegría. Saber que el embarazo va bien es primordial, pero enseguida, tanto los futuros padres como su círculo más cercano empiezan a expresar sus preferencias por el sexo del bebé. Normalmente cuando es el primero importa menos, aunque siempre hay quien se decanta más por un niño o por una niña. Y si finalmente el bebé no es del sexo deseado, no suele existir mucha desilusión, ya que se «cuenta con más oportunidades».
La verdadera decepción puede aparecer cuando el sexo del bebé en el segundo embarazo o en los siguientes tampoco es el que soñábamos.
Es lo que le ocurrió a Teresa, de 32 años. Tenía un niño, Pablo, de tres años, y tanto ella como su marido deseaban fervientemente una niña. «Pedro quería tener a su niña de papá y mi ilusión era hacerle peinados y jugar con ella. Tenía tantas ganas, que no pensé ni por un momento que podía ser otro niño», explica. El día de la ecografía vino el disgusto: «Mientras el médico miraba el monitor, mi marido le preguntó: "¿Qué, doctor, está bien nuestra niña?". El médico le miró extrañado: "¿Les habían dicho que es una niña? Porque yo aquí solo veo un chico con todas las de la ley"...». Teresa cuenta que tuvo que hacer tremendos esfuerzos para no llorar en la misma consulta, y que cuando salió a la calle estalló en un llanto de decepción, que le duró varios días.
Una reacción muy normal
La reacción de Teresa, así como la de otros padres en sus mismas circunstancias, es comprensible. La intensidad del disgusto es proporcional a las expectativas que se tienen respecto al hijo que se espera. Cuanto mayor interés haya en un sexo concreto, mayor será la decepción, aunque los padres tiendan a contrarrestarla diciéndose a sí mismos (y a los demás): «Lo importante es que el bebé venga bien».
Para colmo, muchas mamás, además, se sienten mal por estar tan decepcionadas, como le pasó a Nuria (37 años): «Cuando me dijeron que era otro niño, lloré días enteros y no podía sobreponerme porque pensaba que a mi edad ya era difícil ir a por el tercero. Pero a la vez creía que era un monstruo de madre por disgustarme de esta manera, aunque no podía evitarlo». Nuria añade un elemento más a su preocupación: «Decidí no salir de casa hasta que se me pasara, porque tenía miedo de que los demás, al verme así, pensaran que era una frívola».
Sin embargo, según la psicóloga clínica Carmen García Olid, no pasa nada por reconocer que estamos tristes porque el bebé no es del sexo que esperábamos con tanta ilusión, ni debemos ocultar esa decepción, ni tampoco sentirnos culpables: «Nadie nos puede decir cómo hemos de sentirnos, ni juzgar si está bien o mal, y mucho menos en algo tan personal», asegura. «Además –añade– el problema suele desaparecer cuando nace el bebé (incluso antes) y comienzan sus cuidados».
A menudo nos creamos falsas expectativas
Habitualmente el deseo de tener un niño o una niña responde a la premisa tradicional de que las hijas son más de las madres y los hijos de los padres. Algunas mujeres prefieren solamente niñas porque «los chicos son más brutos», y muchos hombres quieren tener niños «para enseñarles a jugar al fútbol ». Pero también hay madres que se decantan por los varones porque están seguras de que «las chicas sufren más en la vida y los chicos son más fuertes». ¿Cuántas veces habremos escuchado estas opiniones?
Sin embargo, hay decepciones, desgraciadamente también frecuentes, que llegan incluso a afectar a toda la familia, por causas educacionales, sociales y económicas. Según Carmen García Olid, suelen darse en personas que viven de forma intensa la desigualdad social y consideran a los hombres y a las mujeres muy diferentes en sus capacidades sociales y laborales. También puede ocurrir en familias de alta posición social, con empresas y gran patrimonio, que tratan de seguir el convencionalismo social de tener hijos varones, sobre todo si es el primero, para dar continuidad a la obra del padre y a su apellido. Según la psicóloga, en estos casos es más difícil superar la pena porque el deseo está arraigado en la cultura y la tradición. Algo parecido ocurre en las familias en las que predomina un único sexo (solo nacen mujeres o solo hombres). La espera de un bebé que perpetúa la descendencia masculina o femenina también provoca un chasco considerable, aunque en estos casos el disgusto suele desaparecer antes.
Se considera desproporcionada la reacción cuando la decepción produce tristeza, ansiedad o se convierte en una obsesión, de manera que altera el ánimo y la vida normal de la embarazada y/o la relación con las personas que la rodean.
Mucho más grave aún sería el rechazo al embarazo y al bebé que se espera o sentir una gran culpabilidad por, según las circunstancias o situaciones, «no ser capaz de engendrar hijos/hijas».
En estos casos, es necesario acudir a un psicólogo junto a la pareja, ya que los dos futuros padres están implicados en el problema. Aunque la reacción afecte únicamente al padre o a la madre, ambos tendrán que formar parte de la terapia de apoyo.
Cómo evitar la desilusión
Para evitar esta decepción Carmen García Olid recomienda que cuando decidamos tener un hijo, lo hagamos porque deseamos ser padres de un bebé «sin sexo», no por ir a por la niña o a por el niño, o a por la parejita en el caso del segundo hijo.
Lo fundamental, según la psicóloga, es plantearnos que nos apetece tener un bebé, ya sea el primero, el segundo o el quinto, pero nunca pensar que queremos un niño o una niña. Porque eso, hoy en día, no es posible elegirlo, y tener un hijo nunca debe ser un capricho: «Hay que convencerse de que del mismo modo que nuestro bebé será niño o niña sin que podamos intervenir, también será alto, rubio, simpático, bombero, maestra... y que el principio del respeto a nuestros hijos empieza por aceptarles tal cual vienen».
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jueves, 5 de junio de 2008
¡Pero yo quería una niña...!
Etiquetas: EMBARAZO